Británico y de identidad desconocida para los medios, Banksy es considerado uno de los artistas callejeros más importantes de hoy en día. Ya no sólo por sus graffitis cargados de crítica política y sátira, sino por ser capaz de burlar los sistemas de seguridad de los museos más importantes del mundo. Prueba de ello es que colocó en el Museo Metropolitano de Nueva York un cuadro de una mujer de época con una máscara antigás, y en el Museo de Brooklyn introdujo la pintura de un soldado colonial que se mostraba contrario a la guerra.
La obra de Banksy también llegó a Disneylandia. Situó en una montaña rusa del parque un muñeco hinchable vestido como un preso de Guantánamo. De esta forma quería denunciar la violación de derechos humanos que se cometen en esta cárcel. Pero quizá la intervención que más ha dado de que hablar ha sido la que llevó a cabo en el muro ilegal de Palestina. El artista pintó sobre el cemento una línea punteada imitando un recortable, entre otras cosas que también condenaban la construcción de dicho muro.
Banksy en Palestina
Por otro lado, resulta contradictorio que uno de los máximos representantes del arte reivindicativo y anticapitalista se alimente del sistema del que se queja, vendiendo sus obras a precios elevadísimos y participando con empresas como PUMA. Aunque, y no por justificarle, en los tiempos en los que vivimos es difícil escapar de esto.
Ratas que cortan cadenas, policías que se besan, la niña de Vietnam caminando de la mano del capitalismo, armas convertidas en flores, la mona lisa sonriendo con una bazooka... son algunos de los dibujos de Banksy. Un hombre anónimo capaz de cargar su obra de discurso crítico. Un hombre considerado el máximo representante del arte anticapitalista. Un hombre que ha sido creador de una extensa obra llena de contenido social y denuncia. Un hombre que, seguramente en estos momentos, esté pintando en algún lugar del mundo con sus plantillas de cartón y sus sprays… pero desde la sombra, claro.
